domingo

Domingo en Connética


“Y la gente volverá

del baile de caridad

y nunca se volverá a sentir como en casa”

(L. Cohen)

Hoy he visto una película donde todas las esquinas de una ciudad eran perfectas. Había una chica y había un chico. Ella tenía el pelo liso rubio y muy delicado. Él era un chico musculoso. Se conocieron y comenzaron a dar paseos por la ciudad perfecta donde cada vecino estaba dispuesto a ayudarse. No salía yo vomitando tierra en una de las aceras nada más salir del bar al que me acaban de prohibir la entrada, ni tampoco enfrente de un psiquiatra de cara larga subiendo o bajando las tomas de haloperidol. Yo una vez e incluso dos veces estuve enamorado. Una vez de una extraña y la otra de una amiga. Ambas se marcharon y he perdido sus números y he tirado sus cartas y también sus fotografías. De vez en cuando pienso en alguna de ellas y luego tengo que tomarme un vodka.

Hoy he visto una película donde la policía ayudaba a sus conciudadanos y las sonrisas eran repartidas para todos y por todos, y no había nadie que perdiese a la ruleta. Cada persona era un hada del bien que conducía su pontiac camino del trabajo en la fábrica de conservas. Un chico musculoso y una chica rubia se querían. No salía yo haciendo jeroglíficos con los teléfonos inéditos de la guía amarilla, metido hasta los tobillos en un charco de sangre y semen propios mezclados y resbaladizos sobre la moqueta de mi cuarto. No salían los cortes en la muñeca de mi chica. No había este árbol inmenso enfrente que me impide la vista al cementerio del pueblo.

Hoy he visto una película donde para todo el mundo lo más importante era el amor. Esto lo sabían los carteros y los repartidores de tartas y los lecheros. Los aviones daban la vuelta si la chica así lo decidía y las cordilleras se percibían de un azul pálido bajo el inmenso cielo blanco. No estábamos, amor. A veces te telefoneo y tú me dices que te van a largar del trabajo. Yo intento calmarte y apenas nos oímos el uno al otro cuando descubrimos que estamos hablando a la vez. Tú estás muy caída y, debajo, quizás, estoy yo de nuevo inconsciente porque he vuelto a meterme en una pelea que no podía ni tenía intención de ganar. Tengo sangre en el codo y en la frente. Con el tiempo ni siquiera queda la señal.

He comido las sopas de ajo que quedaban, me he puesto un café y he encendido el televisor. La chica y el chico se besaban tiernamente. Por la ventana de mi cocina no entraba el sol. Ha hecho un día de perros este domingo. Después de un primer café me he servido otro y luego otro hasta que se ha terminado. La película no podía ser más ñoña. Sin embargo he llorado un poco. Porque yo me he destruido en una ciudad llena de protagonistas.

Todavía faltaba lo mejor, el chico musculoso volvía a decirle a la chica rubia que la amaba. Ella sonreía. Estaban en el parque de atracciones comiendo cada uno de su helado de nata y él ha ganado un osito peluche para ella en el tiro al blanco. Yo también he medido dos palmos de estatura antes de ver morirse a los míos echando esputos de sangre y trocitos de pulmón a una palangana en lo que se agarraban lo más fuerte que podían a una sudorosa almohada.

También he vuelto a recordar sus nombres. Están bordados con balas en mi cerebro y, por cuyos agujeros, sólo salen sombras de animales moribundos. Oigo sus quejidos. A su manera lo que quieren es recuperar los miembros cercenados que les faltan. El resto del seso es un frondoso bosque que rodea a un desierto. En el desierto un escorpión busca un aro de fuego y, a veces, por allí para un circo ambulante. Ese circo representa la felicidad. Vienen tragasables, enanos, leones, elefantes y trapecistas y monos tocando la pandereta… este oscuro día no podía haber sido mejor. Después he visto anochecer y también he apagado la tele. Hoy voy a cenar una pizza cuatro estaciones, y también habrá coca-cola. Sonríe, pequeño, no estamos solos. Ni de coña estamos solos.