Hace diez años, si entrabas en
cualquier bar de esos que llaman “de viejo”, podías verme, si te fijabas, al
fondo, tomando un whiskito (que solían ser unos cuantos) y observando cómo la
vida iba pasando de un personaje a otro de entre los clientes que asociaba
fijos en el tugurio. Nunca la vida me trató tan bien como en aquel entonces
(hoy en día las únicas que me escuchan son mis criadas, a cambio, me cuentan las
cosas que les recetan los médicos, donde siempre están cuando no están en mi
casa). No puedo saber dónde estabas tú hace diez años salvo que me lo cuentes
(al oído, por favor, sin que se entere nadie más que no sea yo -odio a esas personas
que te hablan a ti con la excusa de que les escuche el de al lado-).
Hoy en día regreso al whisky, el
más sano de los venenos, cierro los ojos y pienso, sin más. Si quieres llamarme
haré lo posible para explicar contigo eso que pienso. Será un placer para mí
que pensemos juntos, que “destrocemos” eso que algunos llaman vida entre los
dos.
Hace diez años yo era llamado
bedel en una Escuela de “ideas”. Me llamaban Albertito y mi oficio consistía en
servir. Se ve mucho cuando te dedicas a servir. Se vomita mucho cuando te
dedicas a ver. El resto era sonreír ¿Ahora comprendes por qué estaba tan mal
pagado? A veces, si la chica con la que salía, incluso con quien vivía por
aquel entonces, no tenía otro plan (otro mancebo), salíamos de copas, nos
acostábamos y nos levantábamos juntos. En aquella casa no iba muy bien el
termostato y era recomendable ducharse con prisa. Todo se acabó cuando ya no
quería conmigo. Me dijo que es que yo era “su maestro”. Ella lloraba tanto. El
resto era pura falta de comunicación. Yo creo que cuando nos rechazamos en la
vida seguramente se debe a algo que no habíamos hablado, a algún tipo de
malentendido con el que luego cargamos al caminar por la Gran Vía, anónimos
entre anónimos y, en ocasiones, una lluvia que, lo creas o no, puede ser una
gran compañera hasta el intercambiador de Moncloa (resfriados aparte).
Hace diez años alguien tuvo la
genial idea de abrirme este blog, que titulé La semejante criatura. Yo,
mientras iba en el metro, pensaba ¿Qué escribiré esta noche? ¿Citaré al ruso
Biely…? Hoy sólo pienso. ¿Me leerá Marian? ¿Me leerá Jose? ¿Me leerá María? ¿Me
leerá Laura? Qué maravillosas son las tardes de otoño si hay whisky. Él me
acompaña. Un Sinatra ya entrado en años hacía un pequeño parón en sus
conciertos para servirse un bourbon, después hacía un leve brindis con el
público y bebía un trago. A continuación decía: Jack Daniel´s, el único amigo
que nunca me ha fallado.
Hace diez años mi abuela murió de pronto y a continuación lo hizo el más pequeño de mis primos. En el tanatorio las señoras que acompañaban a mi tía Maripaz se acercaban a mi llanto ante el cadáver de Nico y procuraban tranquilizarme con sus remedios aprendidos de la caridad. Lloro poco y, cuando lo consigo, me lleno de paz, siempre que no haya gente dándome remedios y consejos (molestándome) en ese momento. Son momentos, como casi todos en los que hay whisky, donde no conviene la muchedumbre. Va a hacer una semana que murió Fernando. Mis padres acudieron a tanatorio e incineración. Yo me quedé en casa, prefería poder pensar, esto es, adivinar cuánto de muerte mía cabe en la suya. Mucha, sin duda. Venía a todas mis exposiciones en público. Siempre lo miraba a él y lo hacía para saber si la cosa iba bien. Nunca me equivocaba si Fernando no lo hacía.
Hace diez años, yo no apostaba
por eliminar mi vida (antipsicóticos a mamporro durante el amanecer para estar
despierto en la noche, junto con Charly -a veces llamaba a un amigo que
trabajaba en un pub al que, aún hoy, sigo yendo a menudo-). No apostaba por
eliminar mis ganas de ¿vivir?, Decía, a sabiendas de que sentirse más vivo que
nunca guardaba su precio. Pero, por lo menos, no había problema en que yo
bebiera en casa. Si te dedicas al pensamiento uno no conoce ebriedad ni resaca.
Yo bebí para provocar a mi virus C. Quería morir de placer, de pensamiento,
como los poetas malos. Esas cosas son, al menos, las que decía que yo trataba de
hacer en periodos de abandono, cuando yo iba a Alcohólicos anónimos a ligar con
viejas calentorras, borrachas sin remedio, a quienes un pensamiento les
fastidiaba un día que procuraban arreglar bebiendo. Esa es una manera
equivocada de disfrutar del brillante “oro que arde” (así lo llamó Musil en El
hombre sin atributos).
Hace diez años pasaron muchas
cosas, algunas las recuerdo, otras no.
Hoy estoy en mi habitación de los
libros, pensando, esperando que los hielos estén preparados. Si quieres tomar
un whisky conmigo y charlar me encantará. No traigas a nadie más, sólo quiero estar
contigo y, por supuesto, con mi whisky.
Lo mejor del mundo será brindar por ambos, aunque sea en silencio. No lo dudes ni un solo momento.
.
Lo mejor del mundo será brindar por ambos, aunque sea en silencio. No lo dudes ni un solo momento.
.