A Hölderlin, con amor (y también a Inés, que cabe)
Mi casa es un loco que se llama Aurelio diciéndole palabras a una alfombra mágica durante los domingos.
Durante los domingos la casa permanece abierta a los rayos de luz de la encargada de recoger cada uno los demás días de la semana y meterlos dentro.
La encargada es una señora que no ha cumplido los veintidós años y duerme bajo una alfombra donde se tapa de las voces. Llegó aquí de la manera en que un pensamiento aflora en la coronita luminosa de los abades, y el loco que se llama Aurelio la llama Invención porque él lo ha inventado todo salvo a la persona.
Ella no tiene nombre y por eso su dedicación la pertenece. Ella es en el loco el sol que existe en los niños ciegos.
El loco que se llama Aurelio dice palabras tan suaves que a veces siquiera salen de su boca y cada una es una alfombra con su nombre bordado metida en un sobre fabricado con tres billetes de quinientos euros.
El loco que se llama Aurelio repite su nombre y las cinco vocales se caen sobre los carteros en bicicleta que salen en las películas de Jacques Tati.
El loco que se llama Aurelio no se ha imaginado de mayor viendo una película en el cine. No se ha imaginado nunca que el cerebro que sostiene con un dedo imaginario cruja como palomitas de maíz recién sacadas de una máquina expendedora.
Los domingos la encargada está asustada y quiere descansar en la estrella que tiene porque la procura.
El sol es un demente que va al cine a dormirse desnudo en las cabezas de los padres. Su ropa está hecha de agua y siempre la deja a la orilla de donde acaba un río.
En mi casa un río es un domingo que no ha acabado y, dentro, cada alfombra tiene su palabra mágica.
La señora que no ha cumplido los veintidós años siempre nada cuando puede porque no sabe que el sol según Aurelio se cae y es para electrocutarla. El loco, entonces, sonríe durante la noche que se ha inventado para curarse y, en la oscuridad, sus dientes bailan como un corro de primates y brillan como herraduras recién estrenadas. Allí él puede oír a la gente que le llama El loco Aurelio chocar una con otra tratando despavorida de huir de ese lugar.
Durante los domingos la casa permanece abierta a los rayos de luz de la encargada de recoger cada uno los demás días de la semana y meterlos dentro.
La encargada es una señora que no ha cumplido los veintidós años y duerme bajo una alfombra donde se tapa de las voces. Llegó aquí de la manera en que un pensamiento aflora en la coronita luminosa de los abades, y el loco que se llama Aurelio la llama Invención porque él lo ha inventado todo salvo a la persona.
Ella no tiene nombre y por eso su dedicación la pertenece. Ella es en el loco el sol que existe en los niños ciegos.
El loco que se llama Aurelio dice palabras tan suaves que a veces siquiera salen de su boca y cada una es una alfombra con su nombre bordado metida en un sobre fabricado con tres billetes de quinientos euros.
El loco que se llama Aurelio repite su nombre y las cinco vocales se caen sobre los carteros en bicicleta que salen en las películas de Jacques Tati.
El loco que se llama Aurelio no se ha imaginado de mayor viendo una película en el cine. No se ha imaginado nunca que el cerebro que sostiene con un dedo imaginario cruja como palomitas de maíz recién sacadas de una máquina expendedora.
Los domingos la encargada está asustada y quiere descansar en la estrella que tiene porque la procura.
El sol es un demente que va al cine a dormirse desnudo en las cabezas de los padres. Su ropa está hecha de agua y siempre la deja a la orilla de donde acaba un río.
En mi casa un río es un domingo que no ha acabado y, dentro, cada alfombra tiene su palabra mágica.
La señora que no ha cumplido los veintidós años siempre nada cuando puede porque no sabe que el sol según Aurelio se cae y es para electrocutarla. El loco, entonces, sonríe durante la noche que se ha inventado para curarse y, en la oscuridad, sus dientes bailan como un corro de primates y brillan como herraduras recién estrenadas. Allí él puede oír a la gente que le llama El loco Aurelio chocar una con otra tratando despavorida de huir de ese lugar.
.