Estimado doctor suplente del amigo B. Marcos,
Lo de no entender la psiquiatría y recomendársela a todos mis amigos es algo que me viene pasando desde que, prácticamente ayer, cumplí los trece.
Señor, hoy le diré: necesito terapia. Soy el que ocupa la habitación 30 A. El que quedó vivo de lo de la monja (permítame decirle de mi horror al comprobar de mañana que, en twitter, existe un grupo llamado “sor Agustina es Charles Bronson” apoyado por 5.671 fans en apenas una semana -yo soy uno de ellos-).
Mi nombre es Alberto, o era así en 1997 -año en que me suicidó la gente legañosa y frívola-, ahora no lo sé. Si usted conviniese en tratarme de Lucrecia, le diría sí siempre que lo hiciese en tratamiento hacia mí.
Vine acá, al edificio, para hablar de mi libro, como todo el mundo. Es más, lo escribí acá. Se llama Tesis sobre sanidad y mercadotecnia. Lo va a sacar mi amigo Jacobo Siruela, y quizá lo relance Península dentro de dos años.
Al margen de esta frivolidad, le explico: Quiero contarle mis sueños y que usted me diga qué coño significan. Así se lo digo, sin preámbulos. Yo no entiendo por qué ustedes, egregios señores que se ocupan hoy del alma humana, ya no hablan de los sueños con los pacientes porque, verá, no entiendo de qué otra cosa se puede hablar con ustedes. Y permítame imaginar a un hombre gordo en su consulta diciendo que está fondón y que, por eso, cobra menos que los demás funcionarios en el trabajo, y a usted escribiendo en su libreta: dieta del cucurucho, por ejemplo. No sé, no me haga ni caso. Yo es que estoy fatal. Si no... pregunte por ahí, pregunte.
A mí lo que me interesa, señor, son los sueños que uno tiene cuando duerme, ya se lo he dicho. Y se los voy a contar, señor, para eso estoy aquí. Se los voy a contar ahora mismo, coño, porque me acuerdo de todos y cada uno con detalles. Verá: ahí va el primero que tengo anotado (los escribo en horario de desayuno -no como- no sea que luego se me olviden y no sepa de qué hablarle en esta carta):
1º estoy comiendo un filete en mi habitación (ésta) y saboreo lo rico que está. De repente, oigo pasos que vienen de fuera y es un amigo que viene a verme, y es en ese momento en el que me doy cuenta de que la carne que estoy comiendo es su hijo pequeño. Mi amigo me trae un ramo de flores porque, aunque estoy dentro de esta habitación, le veo. Está feliz de traerme un ramo de flores a este puto hospital. Comprenda que no existe gente así, pero yo me estoy comiendo a su hijo pequeño, así que me escondo detrás de un cuadro -en él hay pintado un barco- que hay en el sueño, pero que no hay aquí, porque en el baño que he entrado y donde tampoco hay cuadro es el cuarto de baño, en realidad, de Valseca, que es mi pueblo.
¿Cómo se come eso? No se ría de mí, suplente asqueroso, no se ría. Cuénteme por qué y no vale decirme que son delirios de no sé qué y egos de no sé cuántos, no vale. Tiene que decirlo realmente, dígame quién se ha llevado mi queso. Y digamé ¿Por qué ese sueño de mierda? Y esto tiene que hacerlo sin contarme los suyos, por favor, que para eso ha estudiado.
¿Ve? Ya, lo siento, así somos la sociedad.
Otro día le cuento otro.
Adiós escoria putrefacta,
Atentamente, A.